Música contra las balas, la esperanza de miles de niños en Colombia
Entre 37.000 y 45.000 jóvenes estudian música cada año gracias a la Fundación Nacional Batuta y cerca de la mitad de ellos son víctimas del conflicto armado.
Durante décadas el estruendo de las armas en Colombia ha sonado como semicorcheas en los oídos de decenas de miles de niños y jóvenes que se refugiaron en la música para buscar un futuro mejor y que a ella se aferran para escapar de sus complejas realidades.
Entre 37.000 y 45.000 jóvenes estudian música cada año gracias a la Fundación Nacional Batuta, cerca de la mitad de ellos son víctimas del conflicto armado y la inmensa mayoría proceden de entornos vulnerables por la violencia, la pobreza o el aislamiento.
Muchos de ellos ni siquiera podrían soñar con tener acceso a la música si no fuera por el plan de esta fundación que se sirve del arte para generar paz.
La red de Batuta ha creado y opera 45 orquestas sinfónicas, 380 coros infantiles y 700 ensambles de iniciación musical para el desarrollo integral y la mejora de la calidad de vida de niños y adolescentes en zonas vulnerables.
"Los niños se vuelven más obedientes, les empieza a alcanzar el tiempo para todo (...) y se vuelven líderes de resiliencia. Son capaces de manejar el dolor que tienen las víctimas de un conflicto de una manera mucho más sana", explica a Efe la presidenta de la Fundación, María Claudia Parias.
A través de la música y del proceso social que supone integrar un ensamble junto a otros jóvenes de sus comunidades adquieren "la capacidad de sanar las heridas de manera más fácil, se vuelven líderes de sus propios procesos".
"Son niños que también incorporan valores dentro de la metodología de Batuta pero de un modo epistemológico. No es un profesor diciendo 'tienes que ser bueno", es introducir valores de un modo distinto que implica trabajar en equipo para un resultado de excelencia", apostilla Parias.
Son menores como Ángel Isaac Ángulo Montealegre, cuyo caso recuerda la presidenta con especial cariño.
Él vive en Puerto Asís, en el convulso y amazónico departamento del Putumayo, en condiciones de pobreza extrema. Entró a la orquesta de Batuta y eso le dio la posibilidad de soñar con un futuro mejor.
Su historia quedó plasmada en uno de los vídeos con los que Batuta muestra su trabajo y Parias explica que pudo cumplir su sueño de girar por todo el mundo con una gran orquesta antes de lo previsto.
A través de un proyecto italiano, Ángel Isaac pudo ir a ese país europeo donde estuvo en varios conservatorios y tocó con una orquesta juvenil en la Expo de Milán de 2015.
A su regreso era un héroe para sus convecinos que lo llevaron en un carro de bomberos por Puerto Asís antes de dejarlo en su paupérrimo hogar donde un colchón es un lujo y del que salen cada tarde las notas que le arranca a su violín.
"Si no existiera Batuta ni siquiera tendría en la cabeza ser un músico", subraya Parias.
Para ella es claro: "cuando haces una intervención social desde las artes y llegas a un sitio pobre (...) la gente empieza a decir 'no queremos que se vaya Batuta' o que la acción del Estado deje de existir es cuando dices 'está pasando algo'".
Es el caso de Buenaventura, la ciudad que tiene el principal puerto de Colombia en el Pacífico y una pandemia perenne de violencia y homicidios.
Allí trabajan con muchachos de barrios como el Lleras a los que no les pueden prestar los violines para que ensayen en sus casas "porque los matan" para robárselos.
En Buenaventura, otro de los beneficiados por la Fundación "se aprende de memoria la partitura y ensaya con la almohada" al no poder tener su instrumento en casa, por lo que le han hecho "una donación especial", explica Parias sobre otro de los casos que le ha marcado en su trayectoria al frente de Batuta.
La Fundación, nacida en 1991 por iniciativa de la entonces primera dama Ana Milena Muñoz de Gaviria y galardonada esta semana en Bilbao con un premio "Fair Saturday", también trabaja en las grandes ciudades como Bogotá.
En la capital colombiana creció Indira Moreno, hoy de 18 años y nacida en uno de las complejas barriadas del sur de la ciudad.
Con una sonrisa casi perpetua comenta que ella comenzó desde niña a seguir la formación musical de Batuta impulsada por el modelo de algunos de sus vecinos.
Ahora, más de una década después ha podido acceder a estudiar Música en el Conservatorio de la Universidad Nacional, donde perfecciona sus conocimientos de violín.
Algo tímida, no alcanza a imaginar cómo habría sido su vida sin Batuta, pero asegura que se habría dedicado a la música igualmente "aunque no lo haría tan bien".
Un sueño camino a cumplirse como los de decenas de miles de niños que, tal vez algún día, miren desde los principales escenarios del mundo a los ojos de unos fanáticos que no podrán imaginar que sus ídolos tuvieron que ensayar con almohadas o escucharon sus primeras semifusas en los cañones de fusiles asesinos.
Gonzalo Domínguez Loeda-EFE